La ciudad de Babilonia, durante el llamado Segundo Imperio, alcanzó su gran esplendor durante época del rey Nabucodonosor (siglos VII-VI a.C.). La ciudad había sido destruida recientemente por Senaquerib, de modo que durante su período de gobierno el programa constructivo se centró en devolver el esplendor a la metrópoli. La ciudad estaba rodeada por una doble muralla rectangular y un foso lleno de agua para evitar las incursiones enemigas en la ciudad. Ocho puertas situadas en su entorno permitían el paso a los babilonios. La puerta norte era la más celebre y estaba consagrada a la diosa Ishtar, semejante a la antigua Venus sumeria de la guerra y la fecundidad.
La estructura estaba compuesta por dos grandes torres con almenas desde las cuales se pudiese defender fácilmente el acceso. El aspecto del conjunto era el de un arco triunfal monumental, ya que alcanzaba los 12 metros de altura y estaba ricamente decorada con ladrillos esmaltados. En sus alzados se sucedían diversos animales sagrados realizados en colores muy brillantes a base de tonos amarillos, blancos, azules y rojos. Los dragones de cabeza de serpiente y patas de águila eran un tributo a Marduk, el dios patrón de toda Babilonia.
La Puerta de Ishtar fue descubierta a comienzos del siglo XX por un equipo de arqueólogos alemán, siendo trasladados sus fragmentos a Berlín y reconstruidos meticulosamente. Actualmente se encuentra expuesta en el Museo de Berlín. A causa de estas expediciones europeas es frecuente que los restos materiales del Próximo Oriente se encuentren diseminados por países europeos en lugar de conservarse en su país de origen. Esto ha permitido que muchos se preserven hasta nuestros días sin ser víctima del bandidaje propio de las guerras en Siria e Iraq.
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